Océanos


Demasiada agua, a veces turbia y otras cristalina, tuvo que correr bajo los puentes del Gran Canal desde 1913 hasta 1999, para que Panamá pudiera validar sus pergaminos como Estado independiente, un logro que demandó dos pasos más que complicados: en 1821 proclamó su escisión de España y en 1903 decidió separarse de Colombia. Su gente, aunada hoy en una magnífica simbiosis con turistas de todo el planeta, tuvo que esperar al nuevo milenio para poner pie sin temores en esa franja de aguas calmas y selva, que recorre más de 80 kilómetros para unir dos océanos. Durante décadas, los dominios del Canal, extendidos 5 millas hacia el este y el oeste de sus orillas, fueron un patrimonio estratégico que Estados Unidos cuidaba como su joya más preciada, donde pocos panameños eran admitidos con un permiso especial. Por eso, el promocionado acto oficial, realizado el 26 de junio para inaugurar el Canal Ampliado, se transformó en un acontecimiento de alcance nacional, mezcla de alegría colectiva, afirmación de soberanía y una buena razón para convocar a los extranjeros a indagar en las raíces de esta nación, que fusiona sus bellezas naturales con texturas, colores y contradicciones decididamente latinoamericanos. El lago Gatún ensancha considerablemente el cauce del canal y le aporta un matiz bucólico, sereno a toda hora, un notorio contraste con la atmósfera festiva que por estos días registra Agua Clara, donde los miradores de la nueva esclusa generan una animada romería de panameños y visitantes de todo el mundo. Sin perder el mejor semblante, procuran la mejor posición a los empujones para apuntar sus cámaras hacia los monumentales buques Postpanamax, que ingresan desde el Pacífico con sus cargas de más de 4 mil contenedores. Por el contrario, bajo el aire húmedo y pegajoso que el sol recalienta desde sus primeros brillos de la jornada, el lago Gatún es un resguardo de calma total, una atmósfera relajada capaz de resistir hasta la más feroz de las tormentas. Israel Murillo gira el timón casi sin esforzarse y el barco Aventuras 2000 se desliza a velocidad mínima, trazando rectas y curvas suaves entre islotes reverdecidos por robles, palmas reales, jobos y barrigones, de los que cuelgan flores blancas como copos de algodón a punto de soltarse. En la primera escala, en una bahía copada por las iguanas –cerca de las chozas de paja de la aldea Chagres, poblada por la comunidad originaria emberá–, estallan los sonidos de la fauna y resalta nítidamente el chillido de los tucanes pico arco iris. De a poco, el mono aullador pasa a ocupar el centro de la escena y escoge un ovillo de ramas entrecruzadas con lianas para empezar su repertorio de piruetas y sonidos en manada. El espectáculo obliga al capitán a apagar el motor para no perder detalle y hasta los loros casanga parecen adherir a este momento único silenciando sus voces agudas. Al mismo tiempo, las mariposas dejan de revolotear sobre los troncos mochados, semisumergidos en el lago como fantasmas inmóviles.

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